México eólico No es un lugar en los Países Bajos, sino en Juchitán, en el estado mexicano de Oaxaca. La Central de La Venta fue la primera planta eólica intthe tradition of wearing costumes on halloweenegrada a la red en América Latina. México es un país con gran potencial eólico, sobre todo en el Istmo de Tehuantepec, la Península de Yucatán, Baja California y el Golfo de México.
Foto de Bernardo Amador/Comisión Federal de Electricidad
Mi huella ecológica tendría que ser modesta. Vivo en un departamento en la Ciudad de México, utilizo mi automóvil franconipón casi exclusivamente para ir de la casa a la oficina y mis electrodomésticos son escasos: computadora y periféricos, un pequeño refrigerador (suelo comer fuera), un calefactor eléctrico que sólo uso en los días de frío intenso, los aparatos indispensables para oír música y ese tanque que muchos mexicanos por alguna extraña razón denominamos bóiler. Seguir una dieta baja en bióxido de carbono resultaría una tarea sencilla y mi aporte tendría que estar muy por debajo del promedio nacional (3.64 toneladas per cápita).
No obstante, el algoritmo de una calculadora mexicana de carbono contradijo mi optimismo. Tras evaluar mis kilómetros recorridos al año -en automóvil, avión, transporte público y autobuses-, potenciándolos con los kilos de gas licuado de petróleo y los kilowatts consumidos al bimestre, la máquina arrojó un grosero guarismo de 10.7 toneladas métricas de CO2 que mi existencia en la Tierra le apoquina anualmente a la atmósfera (por si fuera poco, la calculadora señalaba que, para “compensar” mis exhalaciones, tendría que plantar cuanto antes un mínimo de 31 árboles).
Decidí entonces seguir una dieta baja en bióxido de carbono en la medida que mis recursos lo permitieran. Revisaba mis recibos de luz para ver dónde empezaría a hacer recortes y me di cuenta de que un calentador eléctrico como el mío puede disparar la cuenta de luz hasta en 4 000 %, aun utilizado sólo en los días de frío intenso. Dado que era casi de madrugada cuando tomé esa resolución, y para mis estándares estaba helando, recurrí a una rebanada de plástico burbuja que curiosamente estaba disponible y que adherí a la ventana con un leve rocío de agua y unas tachuelas, tal como me sugirió una buena amiga, cuya fuente a su vez era una página estadounidense ecológica a ultranza. Unas horas después me levanté de golpe: como monstruo en ebullición, el plástico se inflaba con las oleadas de aire helado que entraba por las rendijas invisibles de mi ventana. No era necesario ningún escáner infrarrojo para analizar los defectos en el aislamiento de mi departamento. Para efectos prácticos, era lo mismo dormir dentro de mi casa que a la intemperie (de hecho, constaté con un termómetro, la temperatura del exterior era ligeramente superior).
A la hora de la repartición de culpas, México pareciera estar absuelto en su calidad de vecino del segundo país más contaminante del mundo (China ha sobrepasado recientemente a Estados Unidos en este negro ámbito). Sin embargo, en el concierto de las naciones latinoamericanas, México ocupaba en 2006 el primer lugar en emisiones de bióxido de carbono equivalentes derivadas por el uso y quema de combustibles fósiles, con 435 millones de toneladas anuales (seguido de cerca por Brasil, con 377; Argentina, con 162, y Venezuela, con 152). Estas son las últimas estimaciones del Departamento de Energía de Estados Unidos, según las cuales México se coloca como el décimo tercer país que más gases de efecto invernadero añade a la atmósfera del mundo.
No parece entonces coincidencia que durante la reciente Conferencia de Cambio Climático que se llevó a cabo en Poznan, Polonia, el gobierno mexicano haya hecho el compromiso de reducir las emisiones de CO2 en 50 % para 2050. Pero “más que un compromiso formal, es un ofrecimiento a la comunidad mundial -aclara el secretario del Medio Ambiente, Rafael Elvira, durante una entrevista en sus oficinas al sur de la ciudad-. Para esto partimos de tres premisas: la participación de todos los países, las nuevas tecnologías y el financiamiento internacional. Con estas condiciones podríamos terminar de sustituir el combustóleo por el gas natural, mejorar la industria petroquímica, la generación de energía, el transporte y todos los rubros que contempla la Estrategia Nacional de Cambio Climático”.
Claro que México no es el único país latinoamericano con buenas intenciones. Chile ha establecido ya el Plan de Acción Nacional contra el Cambio Climático; Brasil, cuyas emisiones provienen en 75% de la destrucción de la selva amazónica, tiene planes para reducir drásticamente sus aportación de CO2 para 2017. Y Óscar Arias declaró que, para 2021 -en el aniversario 200 de su fundación- Costa Rica será el primer país “carbono neutral”, del mundo.
Entre otras iniciativas de inspiración netamente bolivariana.
La realidad es que, a pesar de -o quizás debido a- una red inaudita de instituciones (fide, conavi, anes, cespedes, comegei, fapracc, aeaee),get your pets dressed up on halloween programas (proders, poegt, piasre) y fondos (fipaterm, fomecar, fifonafe), el gobierno mexicano está logrando implementar varios programas para intentar reducir las emisiones de gases de efecto invernadero: sustitución de focos incandescentes (está a punto de anunciarse un programa nacional “sin precedentes”), “hipotecas verdes” (incentivos crediticios para adquirir viviendas ecológicas, con calentadores solares de agua), modernización de refrigeradores y equipos de aire acondicionado (en regiones de clima extremo), fomento al uso doméstico de la energía solar (mediante el procasol) y por supuesto ambiciosísimas iniciativas nacionales para el uso de las fuentes renovables de energía (pivotadas por la lafre, Ley para el Aprovechamiento de las Fuentes Renovables de Energía).
¿Medidas suficientes a largo plazo? No mucho, según el doctor Roberto Escalante Semereña, especialista en instrumentos económicos para la política y la gestión ambiental y director de la Facultad de Economía de la unam: “el comportamiento de los consumidores de combustibles fósiles no ha sido debidamente orientado por la política energética; la existencia de subsidios (gasolina, electricidad) desalienta la racionalización del consumo al no hacer evidentes los costos reales. Y en el panorama actual no se vislumbran cambios en la orientación de la política energética para disminuir la dependencia -económica y energética- del petróleo”.
“Hasta donde sé, lo único que puedes hacer con el plástico burbuja es evitar las ráfagas de viento, pero no aislar tus ventanas”, dice María Elena Sierra, secretaria ejecutiva de la Comisión Nacional para el Uso Eficiente de la Energía (ahora conuee, antes conae). Después de hacer cuentas, la alternativa de insular toda mi casa profesionalmente -con poliestireno expandido- se expresaba en miles de dólares (sin posibilidad de alcanzar subsidio, dado que no vivo en una región de clima extremo y por lo tanto no alcanzo los beneficios del fipaterm). Pero, tras cambiar la ventana por una de vidrio doble, y hacer ciertas modificaciones en la puerta de mi habitación, el uso del calefactor se redujo a apenas dos días en el último mes. Con todo y mi buen comportamiento, soy curiosamente indiciado como personaje “de alto consumo”, lo cual me obliga a reestructurar mes con mes mi deuda ante las siniestras autoridades de Luz y Fuerza del Centro (que no es lo mismo que cfe, nótese).
Dado que, según reportes preliminares del Instituto Nacional de Ecología, el sector residencial en México contribuye con la nada despreciable cantidad de 21.7 millones de toneladas de CO2 al año, reducir al mínimo posible los consumos de luz en casa es en principio buena idea. Sostuve varias reuniones con funcionarios de la conuee, de quienes recibí decenas de folletos, instrucciones y consejos: aprendí, por ejemplo, que en las casas mexicanas promedio, sin aire acondicionado, el electrodoméstico que más energía consume es el refrigerador (con 29 %, contra 13 % de la televisión y apenas 5 % de la lavadora). Cuando decidí clausurar para siempre mi solitario minibar, este contenía apenas un yogur para beber y una barra de mantequilla.
El consumo de electricidad para iluminación puede reducirse hastrunning through corn mazes lost and scared on halloweena 80 % si se sustituyen las bombillas incandescentes por lámparas ahorradoras. Desde hace tiempo había reemplazado casi todos los focos de mi casa (con excepción de los “exóticos”, que aún no existen en nuestro mercado) y había hecho lo mismo con los de las partes exteriores de mi edificio, pero la atmósfera de esa luz fría de politburó hacía que algún tramposo volviera a colocar sus foquitos incandescentes, lo cual solucioné con un par de reuniones informativas con mis vecinos, a la mayoría de los cuales no conocía.
“Tratamos también de fomentar que la gente compre calentadores de agua de paso, o bien de rápida recuperación, en vez de tener esos que se la pasan calentando agua todo el día”, me dijo Sierra, funcionaria de 31 años, egresada de la Universidad de Sheffield. Asentí convencido ante su observación, terminé mi café con cierta templanza y, al regresar a mi casa -a las tres de la tarde-, lo primero que oí fue el ruido del hirviente bóiler.
Mi casero accedió a colaborar con la mitad de los gastos y con la instalación, no sin antes envolverme en una filípica sobre el heroísmo de ese calentador que tantos años había durado. Giré la perilla a tibio y después me dediqué a desconectar todos los aparatos vampiros. Armado con un enorme legajo de documentos, folletos y estrategias nacionales, tomé una calculadora científica que no usaba en años, me dediqué a hacer proyecciones e ingresé de nuevo al contador de emisiones.
Nada espectacular: apenas una reducción de 0.9 toneladas de CO2 al año.
Ya sea por los complejos señalados en su momento por Freud o bien por puro adoctrinamiento mercadológico, a la hora de elegir automóvil uno suele preferir (en caso de contar con los medios) uno enorme, de muchos cilindros y gran potencia (a pesar de que estos vehículos aprovechan apenas 2 % de la energía contenida en un litro de gasolina). Y el mercado está listo para proporcionarlos. La ansiedad por el estatus suele hacer estragos, sobre todo tomando en cuenta los datos preliminares del Instituto Nacional de Ecología, según los cuales el sector transporte es el que más contribuye a las emisiones de bióxido de carbono en México, con una proporción de 34 % (147.56 millones de toneladas en 2006).
Hay que aclarar inmediatamente que no se trata de un problema de coches de lujo en un país cuya flota vehicular supera 26 millones de unidades con una antigüedad promedio de 16 años, incluidos unos 8 millones de camiones de carga y autobuses a diésel, muchos de los cuales tendrían que haber sido “chatarrizados” años atrás, además de unas 900 000 motocicletas y la sorprendente cantidad de 1295 automóviles híbridos que se han vendido hasta ahora en México.
Rodolfo Lacy es coordinador de Programas y Proyectos del Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente A. C. Con una cordialidad notable para alguien que trabaja en el equipo del Premio Nobel de Química, Mario Molina -ahora asesor del nuevo presidente de Estados Unidos-, el maestro Lacy me explica con toda paciencia un documento llamado “Veinte en quince”.
“Esta es una propuesta al gobierno federal y la industria automotriz para que los fabricantes de autos en nuestro país introduzcan cada vez más modelos diseñados para ser eficientes energéticamente, basada en tecnología que ya está disponible comercialmente en México. Se trata de vehículos más ligeros, con motores más evolucionados electrónica y mecánicamente, más aerodinámicos y con menores fugas de energía”.
La propuesta pretende que para el año 2015 el rendimiento ponderado de la flota vehicular nueva en México sea de 20 kilómetros por litro, con una emisión máxima de 130 gramos de CO2 por kilómetro, con lo cual se ahorrarían 74 000 barriles diarios de petróleo. En principio, esta propuesta ya ha sido incluida dentro del Programa Especial de Cambio Climático en México.
“Elaborar una norma de eficiencia vehicular toma muchos años -dice Rafael Elvira-. Pero estamos dándole velocidad para que en tres o cuatro tengamos una ley que obligue a reducir la producción de autos de gran desplazamiento de aire y gran consumo de combustible, y sustituirlos por automóviles más eficientes”.
“Es importante avanzar en medidas más estrictas -dice Roberto Escalante-, como generar un cambio en la relación entre precios de la gasolina y de automóviles, a fin de que estos reflejen el costo real de utilizar el automóvil, lo cual debe ser, desde luego, una política de largo plazo”.
Todo esto implicará, evidentemente, grandes dolores de cabeza ante la (todavía) poderosa industria automotriz mexicana, cuyas exportaciones se dirigen principalmente a Estados Unidos y Canadá. Quizás no menos dolores que otras propuestas contempladas en la Estrategia Nacional de Cambio Climático, como la de incluir 10 % de etanol en las gasolinas para 2012 (para lo cual habría que duplicar las hectáreas sembradas de cañaverales de 600 000 a 1.2 millones), alcanzar un 5 % de contenido de biodiésel en las gasolinas de Pemex en los próximos ocho años (lo que requeriría cultivar 346 308 hectáreas de palma africana). O bien retomar con nuevos bríos una grandiosa tecnología del siglo XIX denominada tren.
Mientras todas esas leyes toman forma, si es que eso sucede (y si hay quien pueda hacer que se cumplan) estoy contemplando seriamente la posibilidad de instalar un calentador solar. Las empresas que he visitado me ofrecen un precio promedio de 12 000 pesos y la posibilidad de no volver a comprar gas en 15 años (aprovechando el hecho de que México es uno de los países más soleados del mundo).
Después de todas las modificaciones caseras, la única opción para reducir mis emisiones en más de 80 % era cancelar todos los viajes en avión planeados para el año, con lo cual me quedaba con un razonable puntaje de 1.97. Esto porque, a menos que alguien escuche mi propuesta de construir un metrocable como el de Medellín, Colombia, de Santa Fe al centro de la Ciudad de México, la opción de llegar en transporte público a mi trabajo es inhumana. Decidí cancelar uno de ellos y quedarme con un puntaje de cinco en la calculadora de carbono, para ajustarme a los objetivos nacionales desde ahora. Dado que el cambio climático es el reto número uno que enfrenta la humanidad, prefiero seguir al pie de la letra la famosa frase del psicólogo estadounidense Albert Ellis: “El mejor momento para hacer algo importante es inmediatamente”.